miércoles, 1 de mayo de 2013

Un puñado de besos


Kati tiene una cajita llena de besos y una gran sonrisa.
 Cuando va al colegio, siempre lleva alguno en su bolsa del almuerzo. Y su madre, al despedirse, siempre le da alguno más.
 Ella sabe que es mucho tiempo el que pasa en el colegio. Todos sus besos son dulces. Saben a fresa, a vainilla, a chocolate...
 Y cuando a veces la sonrisa desaparece de su cara, Kati mete la mano en la bolsa y... la sonrisa vuelve grande, radiante.
 Kati tiene muchos amigos. Uno de ellos se llama César. César siempre lloraba cuando su madre se marchaba, pero Kati le dijo un día:
-¿Quieres un beso de vainilla?
 A César se le pararon las lágrimas cuando la escuchó, y notó un calorcito suave en la cara, que acababa en un sonoro MUUUAAA. Y así fue como César dejó de llorar.
 Pero con Diego es difrerente. Es un peleón, siempre da patadas y, cuando quiere algo, lo coge sin más. No importa que lo tenga Alicia, Juan, ni siquiera el fuerte de Nicolás.
 Por eso muchas veces hay llantos en clase, y, mientras la maestra riñe a Diego, Kati se acerca despacito y le dice:
-¿Quieres un beso...?
 Y siempre ocurre lo mismo, las lágrimas dejan de salir. Es como si dijera unas palabras mágicas.
 Una mañana Diego fue hacia ella, le dio un empujón y la tiró al suelo, y tiró también su bolsa del almuerzo.
- ¡Eres una tonta!- dijo Diego, y salió corriendo.
 Kati lloraba sentada en el suelo. Las lágrimas caían por sus mejillas como gotas de rocío.
 Pero César se dio cuenta; también Juan, Alicia, Alfredo y Nicolás. Y fueron hacia ella y le dijeron muy bajito:
- ¿Quieres un beso de...?- Kati dejó de llorar.
 Sintió el calor suave de sus besos, y, pasándose las manos por la cara, dijo:
- ¡Qué suerte! ¡Vaya puñado de besos!
 Todos estaban contentos. Todos menos Diego, que se dio la vuelta... y estaba sólo. Era como si se hubiera perdido en medio de un bosque oscuro. Y se sintió triste.
 Fue de un lado a otro sin saber qué hacer. Entonces respiró fuerte y se acercó despacio, casi devpuntillas. Se sentó en el suelo, cerca, muy cerca de Kati, y le dijo al oido, como un susurro:
- ¿Me perdonas?- y le dio un beso.
 Kati sonrió y dijo:
-El tuyo sabe a caramelo- y le salieron los colores a Diego.
 La maestra se acercó. Ya no estaba enfadada y tenía ganas de cantar, de contarles historias de esas largas que contaba cuando estaban muy callados.
 Aquella mañana hacía sol. Kati se sentía feliz. Tenía mucha suerte, muchos amigos, una cajita llena de besos y una gran sonrisa. Kati era rica. Muy rica.

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